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Oraciones para el viaje

Lorna Goodison

Traducción de Adalber Salas Hernández

ISBN: : 978-987-86-1709-1

​Páginas: 91
Diseño de tapa: Gastón Malgieri
Ilustración de tapa: Josefina Wolf

La poética de Lorna Goodison no sólo consigna lugares, sino que hace lugares. Su oficio es la creación de espacios habitables.

Así, nos lleva desde Negril hasta el Inferno de Dante, desde New York hasta Cabo Verde, desde la historia de su padre, que sabía domar cualquier instrumento musical, hasta la magnífica figura de su madre, tutelar, nutricia. Y siempre regresando a la Jamaica natal, esa que nunca es la misma: por momentos es una isla aquejada por el crimen y la corrupción, y en otros es región agreste y curativa. 

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JUECES

 

“La infelicidad no es razón para un divorcio”.

 

“El matrimonio no garantiza la felicidad.”

 

“Esta corte no apoya la liberación de la mujer.”

 

¡Pues escuchen! ¡Estas son mis razones como poeta!

 

“Esta corte no apoya la liberación de las mujeres.”

 

Por ende, señor, usted no reconoce a las hijas de la revolución.

 

Usted, con peluca de poodle y túnica de buitre encima,

¡reconózcalas! Están trabajando en su cocina,

preparando manjares para su esposa de cabeza espesa.

 

Están acostumbradas a morderse los labios bajo el empuje

de la violación de tus hijos, para cuya primera experiencia

usted escoge una sirvienta joven y limpia.

 

¿Usted no reconoce a Imogene y Joyce e Irma?

¿Las hijas de la Loyal Levi y el Auxiliary?

¿Ellas, que extienden alas blancas los domingos,

con su seno respirando polvo de orquídea?

 

Se mantienen por sí mismas, como yo.

Algunas han superado en fuerza a los hombres,

Imogene sola tiene la fuerza de diez.

Ha hecho retirarse a pistoleros, humillados.

E Irma, que alzó la bandera roja como Madre Banna,

ha mordido más balas por el partido que cualquier hombre.

 

¿Y usted no reconoce la liberación de las mujeres?

¿Conoce usted la fortaleza infinita de mi madre?

¿Conoce usted la resistencia de mi hermana epiléptica?

Mi abuela se cayó desde la cima de su caballo

a la edad de ciento un años,

¿y usted no reconoce la liberación de las mujeres?

 

¿Y nadie le dijo a usted que yo era poeta?

¿Usted, sentado, pasando sentencia sobre quienes vienen

empujados por la no-razón de la infelicidad?

Estoy ordenando estas palabras

manteniéndolas tras el cercado de mis dientes

 

haciendo tiempo como sólo una mujer sabe.

 

Tengo un poema para ti, juez.

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